Dónde estaban tus ojos
moros cuando sus ojos
me miraron.
Dónde, tu sangre urgente
cuando me despojaron
sus manos.
Y dónde tu brújula y tu aliento
cuando puso en mi índice
la eternidad en un candado.
Y vienes a mí, ahora, cuando
la soledad se da cita
con mis labios
y murmura por mí que no,
que no es posible
volver el tiempo atrás
y diluir la traición
definitivamente
en un abrazo.
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