La mañana que despierta
no pone condiciones:
es apenas otro
enigma
desafiante,
otro paisaje incierto,
la intuición
de alguna melodía.
El tiempo acecha tras cada
rito repetido
y sabes que acaso
nunca sea idéntico a
sí mismo,
porque aunque seas tú
quien lo inventara,
tus células de ayer
han envejecido,
y tus ojos no lloran
como antes,
y tu piel rezuma un mórbido
anticipo de la Nada,
y tu boca esgrime un inefable
desafío al Señor de Vida
y Muerte,
que resucita tus
terrores vespertinos.
Y eres tú. Mas no
te reconoces en tus gestos
ni auguras nada bueno
al extranjero
que te mira en el espejo
y que usa tus ojos y
tus sueños.
Mas
aunque en tus manos
se escurran menos ilusiones
de amor definitivo;
y tu sangre
no se interne en callejones
prohibidos
con el ansia
de la noche:
venga otra vez la luz
renuévese la promesa del inicio,
vengan de nuevo
el dolor y la esperanza,
venga en fin otro día,
otra vez,
escurriéndose a la misma
hora
por el mismo
sitio.
Silvia Piccoli – Junio 2011
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