Asegúrese tener a mano todo
lo que requiere un corazón al borde del abismo:
tristeza en cantidades suficientes,
desconsuelo y trozos regulares de deseos
incumplidos,
ausencia y un nombre tatuado
con tintas indelebles en el sitio
más sombrío.
Sustituya el corazón
por un vórtice de viento, y la materia
iridiscente del recuerdo
por un filtro de papel:
arroje sin piedad en este hueco
el nombre vedado de sonido
hasta verlo
definitivamente reducido a fragmentos
traslúcidos y líquidos.
Vierta una lágrima
-que será la última-
sobre el incierto resultado de esta mezcla,
y diluya en reproches oportunos
el pasado.
Beba a sorbos largos y continuos
durante varios siglos;
y si no logra el efecto deseado
acompañe con un odre de vino
maduro, sin olvidar el desesperado extremo
del responsorio resignado por los amores
intangibles
Silvia Piccoli
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