Pasó revista a los perros.
A los más flojos los armó con garrotes.
A los dos o tres más irracionales los puso al mando de la jauría, y los lanzó contra la presa.
Presa fácil.
Enarbolaban pancartas, consignas con olor a mariposas iridiscentes y cánticos pacifistas, y empuñaban algo como lápices.
En pocos minutos, los perros los redujeron a una masa desarticulada y sanguinolenta, y se llevaron unos cuantos trozos para mostrárselos al jefe.
Cumplido el objetivo, una vez más el Mal se enseñoreaba a su antojo de la historia del Continente flagelado.
Silvia Piccoli
En Primer Manual de Pequeños Auxilios (inédito)
Muy bueno Silvia. Me suena a la noche de los lápices.
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