que sepa el monstruo
que mis dedos son inagotables
para escarbar debajo de las ruinas
que acumular odio sobre odio y muertos sobre muertos
enfunda en briznas verdes
la furia que propulsa mis piedras
que nada puede su colmillo de cien puntas
contra la esperanza que apuntala mi combate
que no pueden sus metrallas
opacar la aurora que nace de los
ojos siempre abiertos
de mis abuelos y mis niños
que aunque yo no tenga sombra
ni queden voces
ni brazos vivos para empujar la ira
que aunque vengan sus chacales enfermizos
a devorar las vísceras de los cachorros
que aunque estalle mil veces
en mil más de mis hermanos:
no podrán sus garras sacrílegas e inmundas
sojuzgar mi ansia empecinada de regreso
Silvia Piccoli – 23 de agosto de 2014