“un hombre desnudo no es más que un hombre desnudo”
Julio
Cortázar
No puede usted saber,
Cortázar
del vértigo ni de la
prisa:
dedicado como ha sido
al cuerpo desnudo
de una mujer desnuda,
como se ocuparon
Benedetti, Galeano y otros grandes
antes o
después
-qué más da.
No diga,
Julio,
no diga “no es más que”:
pues sin dudarlo
yo diría que usted,
desnudo,
es menos
civilizadamente Julio
y más genuinamente
Cortázar,
tal y como
la posteridad hoy prefiere
recordarlo.
Y sólo piense, por
caso,
cómo cada vez ha sido
usted
algo más
que un hombre desnudo
cuando, con la mujer
desnuda junto a usted,
no sólo hacía de ella
algo más
que un cuerpo de mujer
desnuda:
también urdía
el paño de su propia
eternidad
en el humo errátil del
insustituible cigarrillo
enredándose en las
trampas de sus dedos
desnudos,
en el musgo revuelto
de su pecho
en volutas confundidas
con alguno que otro
sueño.
Hablo de ese cuerpo de
hombre,
Cortázar –o Julio.
Hablo de un cuerpo en
ciernes,
de una llave,
de un oscuro territorio
de preguntas.
Hablo del precipicio y
del estruendo,
del bosque de mala
fama en el que
decidió Caperucita
traspapelar su inexperiencia.
Hablo de la tela
portentosa que envuelve
los desvelos y las
charlas demoradas,
de las columnas
inconmovibles que apuntalan una búsqueda,
de un rumor de cascada
contenida en un cofre de terciopelo y mora,
de jazmín y ámbar.
No es sólo un hombre
desnudo
el hombre que desnudo
ocupa el otro lado de mi cama.
Es el hombre por sí,
el padre de mi cuerpo
que sin su desnudez
sería una laguna tan menguada,
una luna desasida en
el relumbre,
la rubia soledad de la
duna entumecida.
Hablo del que hoy hace
de su cuerpo
herramienta de carne
que me tañe,
y hace posible que me
encuentre
en este cuerpo
desnudo
con talla de mujer.
Silvia Piccoli –
febrero 14, 2013
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