Aborrecía las fisuras. A través de ellas podía atisbar las impotencias y las claudicaciones de los otros individuos. Toda expresión de debilidad provocaba su repugnancia y activaba los mecanismos de su menosprecio y su distanciamiento.
Por eso cada noche se quitaba totalmente la ropa, eliminaba con precisos tirones esa flexible coraza rosada y se lamía… se lamía paciente y escrupulosamente, hasta que el tejido que cubría su cuerpo se embadurnaba por completo del ungüento azulino y helado que segregaban sus glándulas e inmunizaba contra toda especie de sentimiento.
Silvia PiccoliEn Primer Manual de Pequeños Auxilios (inédito)
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